Se nos ha ido Pilar. Casi como un soplo, mucho más pronto de lo previsible, de lo deseable, de lo justo, mucho más temprano que tarde, sin darnos cuenta. En menos de un año una dura enfermedad, la que ella más temía, minó sus fuerzas hasta dejarla exhausta, aunque nada pudo con su mente ni con su infatigable espíritu.
Pocas veces me he enfrentado como ahora al terrible reto del
papel en blanco que exige pocas palabras y muchos sentimientos, pero lo asumo
en la certeza de que es un propósito vano cuyo resultado será insatisfactorio
tanto para mí como para ustedes, tal es el tamaño del desafío. Me mueve a
hacerlo no solo el inmenso cariño y la admiración que le tengo, sino el haber
compartido en los últimos treinta años una gran parte de sus trabajos, sus
alegrías infinitas, sus escasas tristezas, sus rotundos éxitos y, por qué no,
también sus irrelevantes fracasos si es que los hubo, el enorme caudal de su
familia y su amistades, todas las ventanas al mundo que abrió para mí y para
muchas personas, su manera de entender la vida, su maravilloso caos controlado
en el que todo funcionaba a la perfección, sus sueños y sus anhelos.
Conocí a Pilar a principios de los 90 en las oficinas de
Médicos del Mundo de la Calle Caracas de Madrid, de la mano de Maxi Esteban.
Había oído hablar de ella y del gran trabajo que desarrollaba en el Centro
Municipal de Salud del distrito Centro de esta ciudad en la prevención del
VIH/SIDA en personas que ejercían la prostitución. Desde entonces iniciamos una
colaboración que hemos mantenido en los distintos y variados proyectos que ha
emprendido, desde Médicos del Mundo hasta la creación y el desarrollo de la
Sociedad Española de Medicina Humanitaria (SEMHU), su último gran proyecto
asociativo, pasando por el Máster de Medicina Humanitaria, además de compartir
la escritura de algunos artículos y libros y participar en las decenas de
cursos y jornadas que ha llevado a buen fin. Tuve la suerte de viajar por el
mundo con ella (Líbano, Honduras, África) y aprender en el terreno la esencia
de la Medicina Humanitaria que ella iba configurando en cada proyecto, así como
de compartir su vocación por la cooperación internacional en todas sus facetas,
admirando en cada experiencia su decidida entrega a las poblaciones más
vulnerables y la lucha por su derecho a la salud.
Pilar ha sido una figura imprescindible del movimiento
asociativo de España en los últimos 30 años, hasta el punto de que resulta
difícil entenderlo sin su presencia. Inabarcable y persuasiva, tan difícil resultaba
decirle que no a una propuesta de trabajo como acertar si apostabas a que no iba
a conseguir lo que se proponía, por descabellado que pareciera. Tantos y tan
variados eran sus intereses personales y profesionales que en las inolvidables
veladas de cumpleaños en su casa de Manuela Malasaña lo mismo te encontrabas a
lo más granado que queda de la movida madrileña, de la que fue pieza
imprescindible junto a su compañero Moncho, a políticos en activo y en
pasivo, a sus compas de La Comuna y de la lucha clandestina, a su gente de Formentera, a la del
barrio, a la de Médicos del Mundo y, en general, a miembros de la variada fauna
que compone el mundo de la acción humanitaria y de las ONG’s, a brillantes
egresados de la London School, que a lo más popular de la sociedad palentina. Todos
en franca camaradería y aún más perfecta armonía, disfrutando de su regalo y, a
veces, de sus performances si Paco Esquivias se lanzaba al escenario guitarra
en mano.
Pilar era un volcán en erupción, un torbellino tan imposible
de domar como de seguirle el ritmo, una fuente inagotable de información
seleccionada, una lectora incansable, un portento. En los últimos años participé
con ella, también, en las reuniones del consejo de redacción de la revista
Temas para el Debate, del que formamos parte, en las que siempre sacaba a
relucir la perspectiva más humanitaria de los temas que componen la agenda
nacional e internacional. Amiga de sus
amigos, fiel y honesta a carta cabal, generosa hasta en los pequeños detalles,
durante mi última visita pude admirar su entereza mientras teníamos tiempo de
recordar, de las anécdotas vividas, las más celebradas, que me comprometí a
recoger en algún escrito antes de que la desmemoria o el saco roto las aparten
para siempre del conocimiento colectivo.
Hay que destacar la enorme lección que nos ha dado también
al afrontar su final, su capacidad de aceptación y el ánimo que insuflaba a los
que la han rodeado en estas tristes últimas semanas, en especial a sus
hermanos, sus hijas Maria y Ana, sus nietas, Laia y Mía y su inseparable amiga
Fufa. Todos ellos, junto a la incontable nómina de amigos y amigas, afrontamos
la triste noticia de su partida, pero nos sentimos afortunados por haber
formado parte de su vida y por poder dar continuidad ahora al legado de su obra
en la medida de nuestras fuerzas, mucho más menguadas que las suyas, tal y como
hubiera querido.
Porque Pilar siempre estará en nuestro recuerdo y en nuestro
corazón.
Que la tierra le sea leve.
Manolo