Me parece muy interesante el ejemplo que se está aportando en algunos trabajos sobre el enorme retroceso que supuso, y aún supone, para la salud de aquélla población el desmantelamiento del “sistema protector” que garantizaba la antigua y extinta Unión Soviética. Como modelo, aunque a otra escala, quizás podamos usarlo de “prueba piloto” del alcance y las consecuencias de esos recortes. Como muy acertadamente se señala ese desmantelamiento afectó gravemente a toda la población. Por usar sólo un ejemplo, entre 1990 (el certificado de defunción de aquélla unión de repúblicas lleva la fecha de 1989) y 2000 la Esperanza de Vida al Nacer retrocedió más de 4 años en la Federación Rusa, con todo lo que ello significa, ya que ese indicador es, como sabes, sólo la punta de un enorme iceberg, que permanece oculto, compuesto a partir de las “condiciones de vida y trabajo” de las personas. Es curioso que esta caída afectara especialmente a los hombres quiénes, en ese mismo periodo, pasaron de 63 a 58 años de expectativa vital, mientras que las mujeres “sólo” retrocedieron de 74 a 72 años (ver Informe sobre La Salud en el Mundo de 2010 de la OMS en http://www.who.int/whr/2010/es/index.html, pagina 48).
Todos los estudiosos del tema parecen coincidir en que el motivo de ello es que esa merma de protección social afectó más a los hombres en edad laboral, quienes fallecieron más frecuentemente por problemas cardiovasculares que tienen que ver con la alimentación y los hábitos de vida, así como por la violencia, el HIV/SIDA, el alcoholismo y otras toxicomanías. Esos trabajos alertan también sobre otro dato relevante: es el factor “educativo”, es decir un rasgo indirecto de la posición social, el que mejor explica que determinados grupos de hombres se hayan “salvado de la quema”.
Por lo tanto, podemos a partir de esa experiencia imaginar el escenario: retrocesos importantes en los niveles de salud y de bienestar como resultado de un empeoramiento del sistema de atención y prevención sanitaria y de la degradación de las condiciones generales de vida, acompañado de un incremento de las desigualdades en la salud y en la supervivencia de forma absolutamente injusta y evitable.
Creo que en momentos como los actuales es una obligación de los trabajadores sanitarios evidenciar los efectos de las políticas restrictivas en la salud y el bienestar de las personas, por lo que deberíamos potenciar esas líneas de investigación para acentuar, aún más, el perfil de “utilidad social” de nuestro trabajo. El análisis del alcance de estos temidos impactos a través del estudio de la mortalidad por causas prevenibles por la intervención sanitaria es una interesante fórmula metodológica que deberíamos desarrollar con todo interés y precisión.
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