Recientemente hemos conocido la noticia de que un español, D.
Amancio Ortega, se ha convertido en la segunda persona más rica del mundo.
Lejos de enorgullecernos por ello deberíamos estar profundamente indignados,
sobretodo si situáramos esta información en el contexto mundial y nacional en el
que se produce.
El meteórico y discreto magnate, que empezó de la nada y bla, bla, bla, es un portento
multiplicando el dinero. Según consta en la hemeroteca de la revista Forbes (1)
el gallego ha pasado de ser el número 23º de este ranking en 2010 con 14.800
millones de $ de patrimonio, a este segundo puesto en 2013, con 53.600
millones, después de pasar por el más que honroso quinto lugar en 2012 con una
fortuna intermedia de 37.500 millones. Si es así este hombre tiene la capacidad
de hacer “crecer” su fortuna al ritmo de unos 2.000 millones $ al mes. Lo dicho,
un fenómeno. El capital es lo que tiene. Y sabido es que el que no especula no
acumula.
Según la Agencia de Estadística de la UE, Eurostat, el
porcentaje de población en situación de pobreza en España en 2010 era de un
25,5%, llegándose a superar el 27% en 2011 (ver http://www.elreferente.es/actualidad/sociedad/el-porcentaje-de-espanoles-en-riesgo-de-pobreza-vuelve-a-aumentar-en-2011-23238
). Es decir, 12.690.000 personas, casi una de cada tres, viven en la actualidad
en nuestro país en esta crítica situación, habiéndose incrementado esta penosa
lista en un año en unas 705.000 personas. Cabe deducirse de ello que casi al
mismo vertiginoso ritmo, y en el mismo espacio de tiempo, con que aquél as de los negocios multiplica su patrimonio
una gran parte de los ciudadanos se quedan sin lo mínimo para llevar una vida
digna. Y que lo que atesora uno sólo sea más que todo lo que posee un tercio de
la población.
Un país como este es un lugar donde resulta muy dudoso que merezca
la pena vivir. A no ser que se sea miembro de las élites políticas o económicas
gobernantes. Un lugar donde la distribución de la riqueza no existe, donde
por tanto la justicia social está ausente, no puede ser un país decente. Nadie
puede defender un régimen ni un sistema como estos, que sólo están dispuestos para
satisfacer el objetivo de procurar el bien a unos pocos y nada a la mayoría.
A nadie le puede extrañar la desafección profunda de la población hacia la
política y hacia quienes la gestionan que indican las encuestas y la calle. No basta
con decir que la democracia es un sistema legítimo si a través de ella se puede
consagrar una estructura política y social tan insolidaria e injusta. El Estado ha
fracasado en este país en su máxima y sublime función, precisamente en aquello para
lo que fue concebido: defender a los humildes
de los atropellos de los poderosos.
Una vez así hay que empezar a pensar que es necesario darle
la vuelta a esto.
Manolo Díaz Olalla
( 1)
La fiabilidad de la información que produce esta
revista es más que relativa. Algunos tendenciosos y falsos datos publicados por
ella han devaluado enormemente su validez y su prestigio. En el año 2006 publicó
que Fidel Castro era uno de los hombres más ricos del mundo con una supuesta fortuna
atribuida de 900 millones de $. Fidel Castro retó a la revista y a quien quisiera
de entre sus lectores a que demostraran la existencia de uno solo de esos $,
prometiendo públicamente que a quien lo hiciera le regalaría gustoso la totalidad
de la misma. A día de hoy los editores de Forbes siguen tan ricos como antes,
pero no más, pues no han sido capaces de
ofrecer una sola prueba de la tan fabulosa fortuna del dirigente cubano.
Nota del A.- Mientras escribo esta humilde reflexión oigo que
la esposa del Presidente de la Comunidad de Madrid fue indemnizada por la anterior
empresa en la que trabajó, al abandonarla por voluntad propia, con la cantidad
de 700.000 euros. Algo parecido, sin duda, a lo que les deben estar pagando a
los trabajadores de TeleMadrid afectados por el ERE (más del 85% de la
plantilla) por los 20 días por año trabajado sin rebasar las doce mensualidades.
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