lunes, 9 de agosto de 1999

CAMINA O REVIENTA



Los pobres caminan sin cesar. Caminan todo el día. Desde que sale el sol hasta que el sol se va. Sin descanso. Van por agua, que está lejos –el agua siempre está lejos-, van a la tierra a ver si sale el maiz, van al mercado a ver si pueden cambiar algo de arroz por un poco de frijol...Caminan, caminan sin descanso.

Caminan tanto que no tienen tiempo de cuidar a sus hijos, de aprender las cosas que les ayuden a dejar de ser pobres , de asistir al puesto de salud a buscar una medicina que les cure esa maldita tuberculosis que les va royendo por dentro. Como son pobres caminan continuamente, y como caminan sin cesar nunca podrán dejar de ser pobres.

Es la crueldad de la vida. Ese círculo que atrapa como una tenaza maléfica a tres cuartos de la humanidad. Anda o revienta. Y no hay más.

Miro a mi alrededor y no veo más que pobres andar continuamente de aquí para allá. Llevo observándolos desde hace unos días. Cientos, miles de seres humanos, que no tienen nada y, lo que es aún más insoportable, que nunca podrán aspirar a nada mejor; que son como nubes inmensas que se mueven sin cesar, de acá para allá, sin descanso, para no encontrar nunca nada mejor. Y seguir caminando.

Los pobres caminan descalzos y a uno le parece hasta mentira que sin una triste suela puedan subir montes, bajar laderas, pisar el agua y la piedra, la arena abrasante y la maleza espinosa, las ramas secas y los ríos caudalosos. Ves a los pobres caminar y te parece imposible. Es como si tuvieran acero en la planta de los pies. Y hasta en el alma acero blindado.

Quienes más caminan de entre todos los pobres son las mujeres. Las mujeres pobres no descansan ni un minuto: van a lavar, van a cultivar, van a buscar leña, van al mercado, van al pozo, van a buscar a los niños. Las mujeres pobres caminan siempre cargadas, como animales, de todo tipo de cosas. Una mujer pobre acarrea muchas toneladas al cabo del año. Más que usted en toda la vida. Las mujeres pobres son más pobres que los hombres pobres. Seguramente porque no paran nunca de andar y buscar las cosas de todos.

Los pobres unas veces van y otras veces vienen. Les veo moverse sin parar, y observo que a veces caminan buscando justicia y otras veces escapando de otros. Aquí en donde estoy, lejos, muy lejos, las mujeres y los hombres jóvenes caminan cuando cae la tarde hacia el monte, a esconderse de otros pobres miserables que les buscan por la noche en sus casas para matarles. Sin ningún sentido, sin niguna causa. Solo porque quieren otras cosas y los que huyen no tienen cómo defenderse. Y se pasan las noches escondidos entre las palmas, entre los cocoteros, en covachas inmundas, entre matas de aroma y de marabú, como las fieras salvajes, esperando que llegue el alba para salir de nuevo de sus escondrijos y volver a sus casas. Y así un día y otro. Es espeluznante llegar a los pueblos de los pobres de noche y ver que solo quedan viejos y niños aterrorizados, que te miran con recelo porque no están seguros de cuáles son tus auténticas intenciones.

Incluso yo, que no soy pobre, y que por lo tanto camino poco porque tengo un coche en mi puerta, me paso las noches conteniendo la respiración para oir mejor cualquier ruido de la calle por si alguien se acerca a mi casa para hacerme daño pensando que puedo ser pobre o estar a favor de los pobres que huyen.

Los pobres que huyen son tan pobres como los que les buscan. Pero estos se creen que no es así tan solo porque los ricos y poderosos les han dado un arma y les han llenado la cabeza de odio y de radicalismo, y piensan, ilusos, que si acaban con los otros pobres podrán ser ricos también.

Mientras este sistema implacable de la guerra, la represión y el odio, se cierne sobre este pueblo herido y abandonado los pobres siguen caminando sin parar, de día buscando y de noche huyendo. Busca y huye, busca y huye. Es la vida. Y cuanto más se prolonga esta ley de vida y muerte más pobres se ponen a caminar cada día. Y aquí sin duda está el por qué de las cosas: la guerra y el odio traen más pobreza, y la pobreza más guerra y más odio. ¿Quién podrá romper este círculo?. Díganme más ¿quién lo puso en marcha?. ¿Será cierto que para que usted tenga que caminar poco allí en su paraíso miles de pobres deben ponerse a andar cada mañana?.

Sorprende ver a los pobres que caminan sin descanso con qué alegría lo hacen a pesar de la vida cruel que arrastran. Los pobres que caminan llevan siempre una sonrisa en la boca y la mano levantada saludando a todo el que se cruza con ellos: al forastero que pasa, al vecino de enfrente, al policía que les mira con odio, incluso a los otros pobres que de día comparten su miseria y de noche se convierten en dioses de barro que pueden decidir sobre la vida de los demás.

Llevo unos cuantos días viendo pobres caminando sin cesar y creo que nunca ví niños tan pobres como los de aquí: niños sucios medio desnudos, niños desnutridos, harapientos y analfabetos. Niños huérfanos repletos de sarna. Niños que buscan algo de comer, lo que sea. Desde que se ponen a gatear estos niños no paran de buscar algo de comer. Cuando son pequeños y de la teta de su madre no sale ya nada nutritivo, comienza ese caminar perpetuo, al principio medio a rastras, por los alrededores de la casucha de palo y palma buscando alguna raiz o alguna fruta silvestre, porque la poca comida que hay en casa es, sobre todo, para los que caminan más y trabajan todo el día. Y así tiran los mocosos, buscando cualquier cosa que mate el hambre porque si no espabilan pronto será el hambre quien les mate a ellos. Es la historia pequeña de cada día. Porque otro de los sitios hacia donde caminan mucho los pobres es al cementerio: entierran a sus hijos que murieron de hambre, o de diarrea, o de tisis; entierran a sus vecinos reventados de tanto andar para nada; entierran a sus mujeres desangradas en casa mientras parían sin que nadie las asistiera; entierran a algún amigo o a algún hermano secuestrado, torturado y asesinado por las milicias y, luego, arrojado a una cuneta junto a cualquier basurero inmundo.

A estos pobres los acarrean como, cuando yo era niño, el boyero en Hacinas pastoreaba a las vacas en el soto. Es fácil: pegas cuatro tiros aquí, o matas media docena de pobres allí y ya tienes un rebaño de pobres que se mueve cien kilómetros hacia el sur, o hacia el este, donde más interese. Que ni protestan porque no tienen a quién. Dejan sus casas, sus campos, dejan a sus viejos que ya no pueden tirar de ellos mismos y se ponen a andar hacia otras tierras. Sin saber qué van a encontrarse, ni si sobrevivirán a este nuevo éxodo. Sin saber qué comerán o si encontrarán agua o alguna mano amiga que les ayude. Sin saber ni cuántos quedarán en el camino.

Camina y venga. Camina más. Dale otro poco. Mientras más caminas más pobre eres. Pero si algún día te paras, no lo quiera Dios, eso es que ya estás muerto.


José Manuel Díaz Olalla
(Escrito en Dilli-Komoro, Timor Oriental, el día de San Antonio de Padua de 1999)
(Publicado en "Amigos de Hacinas, 1999)


Nota del autor.- Timor Oriental es uno de los territorios más pobres de la tierra. Este pedazo de isla en el sudeste asiático fue colonia portuguesa hasta 1974 en que fue declarada la independencia. Desde entonces se debate allí una intensa guerra entre los partidarios de un país independiente y los que luchan por conseguir su anexión permanente a Indonesia. Fue ocupado por Indonesia unos años después de la descolonización pero la comunidad internacional nunca ha reconocido esta anexión. Tomado por el ejército indonesio que apoya a los grupos timorenses partidarios de la integración en aquél país, la represión, el secuestro y los asesinatos de estos grupos sobre la mayoría de la población que quiere la independencia han convertido esta preciosa tierra en uno de los lugares más atormentados y empobrecidos del mundo, donde se cuentan ya en cientos de miles los muertos y desaparecidos, y donde la mayor parte de la población vive aterrada y sumida en la desesperación, el hambre, la enfermedad y el abandono.