domingo, 4 de abril de 2021

El desafortunado viaje de la señora ministra

González Laya en Colombia con niños venezolanos (Europa press)


Recientemente hemos conocido que la ministra española de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (MAUC), Arantxa González Laya, realizó un viaje de trabajo a Colombia en el transcurso del cuál visitó la ciudad de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, con el fin de “conocer la realidad de los migrantes venezolanos”. El interés por ese conocimiento se justifica, entre otras cosas de las que hablaremos a continuación, porque España “aporta ayuda humanitaria para prevenir la COVID-19 en las personas refugiadas y migrantes venezolanas” (la cursiva es mía), siendo esta una iniciativa de calado, nada coyuntural ni al ritmo que marca la pandemia, sino que antes de la COVID-19, nos aseguran, España se puso “al frente de las donaciones para atender a los migrantes venezolanos” (noticia de octubre de 2019).

Nada que decir de tan loable interés si no fuera porque la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) insiste en incluir los fondos que destina a tal fin y que CáritasAcción contra el Hambre y Cruz Roja Española ejecutan en el terreno, entre los exiguos recursos que dedica a la Ayuda Humanitaria (62 millones de € en 2019, el 6,5% de la Ayuda Oficial al Desarrollo -AOD- bilateral y el 2,35% de la ayuda neta total), lo que decididamente no es, por mucho que los pongan bajo la gestión de la devaluada Oficina de Acción Humanitaria y a pesar de que la nota de prensa en que se anuncia incluya en el párrafo final: “La Oficina de Acción Humanitaria de la AECID se encarga de la gestión y ejecución de la acción humanitaria oficial de España, en base a los principios humanitarios de humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia”.

Y aquí está el quid de la cuestión, en los principios humanitarios y especialmente en el de la independencia que al final se señala y del que no puede estar más lejos el MAUC y su agencia de cooperación en esta actuación. No toda la ayuda que prestan los gobiernos es ayuda humanitaria. De hecho, la mayor parte, como se ha dicho, no lo es, sino que suele tratarse de distintas formas de asistencia sobre cuya finalidad donantes y receptores tienen intereses que van más allá del objetivo inmediato que se anuncia. Y cuando no son las necesidades básicas de la población afectada por un evento catastrófico, sea terremoto, guerra, pandemia o crisis económica, lo que mueve al donante, o cuando éste se puede identificar con claridad como causante o contribuyente al mal que pretende aliviar, la ayuda no puede ser considerada “humanitaria”.

Como es conocido, España, al igual que Europa, carece en la práctica de política exterior propia, estando supeditada de forma habitual a los intereses, designios y directrices de EEUU. Entre las cualidades que adornan al actual responsable de la política exterior de la UE, José Borrell, antecesor de la Sra. González Laya en el MAUC, destaca la sinceridad. Quizás no sea una gran virtud para un diplomático, pero a los ciudadanos de a pie nos ayuda a entender algo mejor las relaciones internacionales. El Sr. Borrell no ocultó ni un detalle en su momento sobre cómo el reconocimiento de España a Guaidó, la persona elegida por Trump para presidir Venezuela, se precipitó por las presiones del embajador de EEUU en España, ni que, en la actualidad, para conocer qué rumbo van a tomar las relaciones de Europa con aquél país latinoamericano tengamos que esperar a que (textual) “Biden fije posición”. Por ello España y Europa se suman con decisión a toda la batería de sanciones que impone el gigante del Norte y que, sin duda, está en la base de la penuria que atraviesa la población venezolana, provocando su éxodo hacia países limítrofes, como Colombia, en busca de alivio a su precaria situación. España, por tanto, contribuyendo a crear el problema y, luego, acudiendo presto a socorrer a las víctimas. Como aquél piadoso noble de la fábula de Iriarte, tan explotador como generoso, del que escribió con motivo de la inauguración de una casa de salud para indigentes que el sátrapa construyó:

«El señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital…
y también hizo los pobres.»