miércoles, 25 de agosto de 2010

Epidemiología cotidiana



Es preciso hacer un esfuerzo didáctico con comunicadores y líderes de opinión hasta persuadirles de que los mensajes que buscan cambiar los hábitos de los ciudadanos o apoyar argumentos etiológicos deben transmitirse con un mínimo de rigor y a partir de informaciones contrastadas que, cuando pretendan reflejar relaciones causa-efecto, hayan sido pasadas antes por el tamiz del método científico. De no hacerlo así pueden ser desechadas por el receptor reflexivo como si de propaganda insulsa se trataran que sólo persigue confundir o manipular.

Ocurre esto cuando de un dato descriptivo sobre un fenómeno aislado se intenta deducir y generalizar una explicación que excede lo razonable y no se fundamenta en el mínimo análisis epidemiológico. Hace unos días, en un Telediario se dio la noticia de un accidente de tráfico en el que habían resultado muertos los cuatro ocupantes de un vehículo. El locutor añadió: “Dos de los fallecidos no llevaban puestos los cinturones de seguridad”. Sin duda quien redactó la noticia intentó transmitir al espectador que, de haber hecho las cosas correctamente, quizás estas dos personas no hubieran fallecido. Es loable esa intención de no desaprovechar cualquier resquicio para enviar mensajes que intenten fomentar las actividades saludables, como es el uso de los dispositivos de retención en los vehículos, pero el televidente avezado sin duda concluyó que si el desenlace fatal ocurrió indistintamente tanto en quienes habían tomado la medida preventiva como en los que no lo hicieron, hasta tal punto que se da la misma probabilidad (el mismo riesgo) de fallecer en un caso que en el otro, la efectividad de esa recomendable conducta es aparentemente nula. Es decir que el mensaje no valdrá para muchos, sobretodo si no se apoya en otros datos más elaborados.

Días antes, en el transcurso de los rifi-rafes dialécticos sobre la anunciada, y no materializada, huelga de controladores aéreos y ante la advertencia de un portavoz de AENA de que si el paro ocurriera se sustituiría este personal civil por otro militar, un representante sindical de los pretendidos huelguistas realizó unas declaraciones en las que recordó que hace unos años hubo un fatal accidente aéreo y que en aquél caso los controladores que regulaban el tráfico eran militares. No dio más explicaciones aunque todo el mundo entendió que sugería que la impericia de los uniformados podría haber estado entre las causas de esa desgracia. Pero no calculó el sindicalista que con seguridad muchos oyentes concluirían que si esa deducción era lógica también lo sería la de que la incompetencia de los civiles podría estar en la base de los demás accidentes aéreos, que son prácticamente todos.

Se debe pedir rigor a quienes dan la información y recordarles que para que un fenómeno, el que sea, pueda estar involucrado en la causa de otro es preciso que se den ciertas circunstancias, tales como que la casuística sea amplia y que por métodos científicos se hayan desechado los efectos que la casualidad o la concurrencia de otros fenómenos asociados puedan tener en lo que se intentar explicar, confundiendo sobre las auténticas relaciones entre los diferentes sucesos.

Aunque los que escuchan no sean expertos en las materias sobre las que se informa no hay que presuponer que el sentido común no esté entre las cualidades que adornan el intelecto de quienes reciben los mensajes, es decir, de la mayoría de los ciudadanos.


José Manuel Díaz Olalla