sábado, 1 de marzo de 2008

DIFERENCIAS EN LA SALUD DE LAS PERSONAS EN LAS GRANDES CIUDADES


Que en las grandes ciudades conviven, unas al lado de otras, realidades sociales muy diferentes es algo bien conocido. Que esas realidades definidas desde parámetros económicos o demográficos condicionan la calidad de vida o la salud de las personas tampoco nos resulta una noticia sorprendente, sino que se nos hace más bien un dato previsible. Y lo es a pesar de que nos pueda provocar cierto rechazo la injusticia que va implícita en esta evidencia. Entendemos bien que unos grupos sociales y otros, o unas personas y otras, tengan diferentes niveles de renta, incluso muy distintos, pero nos cuesta más aceptar que entre esos mismos grupos de personas exista diferente nivel de salud entendido en sentido amplio.

Y todo ello es así aunque finalmente a nadie se le escape el hecho de que una cosa tiene que ver con la otra.Esta paradoja se relaciona con conceptos culturales muy arraigados que indudablemente varían de unos países a otros. En nuestro país y fundamentalmente debido al hecho de que existe un sistema sanitario universal, gratuito, financiado con fondos públicos y gestionado por la administración pública (un Sistema Nacional de Salud, en definitiva) la conciencia colectiva considera que no deberían existir desigualdades en la salud de las personas.
Y a su vez esta confusión entronca con otro concepto erróneo muy instalado en nuestra forma de ver la vida: la salud depende sobre todo del sistema sanitario. Sin embargo la salud pública ha aportado hace muchos años evidencias notables de que la mayoría de los elementos que condicionan la salud están fuera del sistema de cuidados. Cuestiones tales como la forma de divertirse, la forma de comer, los riesgos relacionados con el trabajo o los riesgos relacionados con no tenerlo, por ejemplo, determinan mucho más la carga de enfermedad y muerte que soporta una sociedad que el funcionamiento del sistema sanitario. Es de justicia añadir a continuación de lo dicho algo así como “en países con nuestro nivel de desarrollo” ya que en aquéllos donde no existe un sistema tan solidario y social como el nuestro o, simplemente, no existe ningún sistema de salud, la ausencia del mismo o su precario funcionamiento se relaciona mejor que ningún otro factor con el (bajo) nivel de salud de las personas.

Dicho esto y retomando el hilo deductivo deberemos añadir que el conocimiento científico que deriva de la epidemiología social nos ha señalado también que situaciones que definen con claridad desventaja social o precariedad, como el bajo nivel educativo, el desempleo, o la escasa renta, a su vez son marcos estructurales que determinan la existencia de una mayor frecuencia de personas con conductas o hábitos poco saludables, o con mayores dificultades para llevar una vida sana. Esta es una decisión que no siempre está al alcance de todos, como por ejemplo realizar ejercicio físico habitualmente, tomar comidas bajas en grasas, o consumir menos productos tóxicos como el tabaco. En definitiva en países de nuestro alto nivel de desarrollo las peores condiciones de vida determinan mala salud, muchas veces intermediada por hábitos perjudiciales o por dificultades para llevar una (cara) vida saludable, incluso a pesar de tener un buen sistema sanitario que trabaja bien en lo curativo pero que fracasa en lo preventivo porque la mayor parte de los elementos involucrados con este conjunto de actividades quedan fuera de él.

Recientemente hemos conocido las diferencias en esperanza de vida registradas en los distintos distritos de la ciudad de Madrid con datos de un estudio que hemos realizado en el Instituto de Salud Pública del Ayuntamiento de Madrid (Madrid Salud). Algunos de sus datos tuvieron cierto eco mediático (ver diario El País de 5 de Diciembre de 2007, edición de Madrid). La esperanza de vida es un indicador resumen de la mortalidad de una población que permite predecir a qué edad habrán fallecido la mitad de las personas que nacieron el año de estudio (periodo al que pertenecen las cifras de mortalidad) si se mantuvieran en el tiempo esos mismos riesgos de fallecer por edad. A pesar de ser estrictamente un indicador de mortalidad se le considera como uno de los datos que mejor definen el nivel de salud de una población. Debido a sus óptimas condiciones de comparabilidad podemos decir qué población puede poseer mejor salud que otra y cuantificar en años de expectativa vital esa ventaja. Así vemos que entre el mejor distrito de Madrid en esperanza de vida (el de Salamanca) y el más retrasado (Villa de Vallecas) la diferencia es de 3,9 años con datos de mortalidad de 2002. También sabemos que en aquél año la esperanza promedio de todos los madrileños era de 81,2 años.

Es decir, y por mero contraste de guarismos, podemos concretar que en las grandes ciudades en general la gente vive con más salud, ya que los 80 años de esperanza de vida los ha alcanzado el conjunto de España recientemente (2005) mientras que la capital del Estado alcanzó esa redonda cifra en 1999. Apreciamos también que las diferencias dentro de las ciudades en nivel de salud son notables. Incluso que la registrada en Madrid no es especialmente extrema ya que en 2000 en la Ciudad de Barcelona, según la Agencia de Salud Pública de aquella ciudad, la distancia entre el mejor distrito (Sarriá-Sant Gervasi) con 81,42 años y el peor (Ciutat Vella con 76,46 años) era casi de 5 años.

De interés ha resultado verificar desde el punto de visto estadístico el grado de correlación a nivel territorial en la ciudad entre indicadores de salud y otros sociales y económicos. Y es importante conocerlo ya que si fuéramos capaces de establecer la sucesión temporal de las cosas (lo cuál no siempre es tan sencillo, porque ¿qué fue primero el paro o la enfermedad?) y comprendiéramos qué datos estructurales explican mejor la enfermedad o la muerte, más eficazmente se podría trabajar en modificarlos. En ese estudio comprobamos que a nivel territorial la renta per cápita, el desempleo y el nivel educativo condicionan de manera importante la esperanza de vida, todas en sentido inverso (por ejemplo, a más paro en los distritos menos esperanza de vida), pero con más fuerza la situación laboral y el nivel educativo que la renta.

Encontramos también en los distritos de la ciudad buenos niveles de asociación entre baja renta y obesidad y, en este mismo sentido inverso, entre el ingreso escaso y la mortalidad por causas respiratorias en hombres y la mortalidad prematura por todas las causas. El desempleo, además, se correlaciona bien con la muerte precoz en los hombres, mientras que el bajo nivel educativo muestra buena asociación con el exceso de peso. Por otro lado, y esta vez a nivel individual con información obtenida a través de una encuesta sobre una muestra representativa de los ciudadanos de esta gran urbe, encontramos que pertenecer a una clase social desfavorecida (trabajadores manuales no cualificados) incrementa el riesgo de tener mala percepción de la propia salud, mala salud mental, presencia de alguna enfermedad crónica y exceso de peso. El bajo nivel de estudios, también en el análisis individual, incrementa el riesgo de dependencia en los mayores y de sedentarismo.

Diferencias territoriales en condiciones socioeconómicas explican con claridad desigualdades en salud en la ciudad de Madrid, al igual que las ya constatadas en otras grandes ciudades. Con estos datos se confirma una vez más que la precariedad social está en la base de la mala salud de las personas. Trabajar por disminuir las desigualdades sociales en renta, empleo o educación es, sin duda y por ello, mejorar la salud de quienes más lo necesitan.

José Manuel Díaz Olalla
(Publicado en la Revista "Temas para el Debate. Nº 160. Marzo 2008)