La Ayuda Oficial al Desarrollo de España ha recibido un importante impulso desde la llegada del PSOE al gobierno en 2004, alcanzando en 2008 un 0,45% del Producto Nacional Bruto, mientras se avanza en la previsión de conseguir el tan reclamado 0,7% en 2012, si el actual equipo de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo y los otros donantes públicos logran sortear los recortes del gasto que impone la actual crisis económica. Somos por tanto en proporción a nuestra riqueza bruta anual, el octavo donante mundial, aunque no debemos olvidar que la ayuda al desarrollo es una herramienta de la política exterior y que la Ayuda Humanitaria es sólo una parte de ella, pequeña en proporción al total, ya que se le dedicará en el presente año algo más de 7 de cada 100 euros que se gasten en cooperación.
Pero la Ayuda Humanitaria no es cualquier tipo de asistencia. Se denomina así a la que se brinda a la población afectada por un desastre natural o por la guerra o la violencia, busca ante todo aliviar el sufrimiento de la población afectada y se basa, en todas sus fases, en las necesidades de esa población. No cabe en ella por tanto la condicionalidad de la aportación ni la reciprocidad de los beneficiarios hacia los donantes. Debe ser, además, omnicomprensiva y abarcar no sólo la atención y el socorro inmediato sino también las actuaciones de prevención de los desastres y los conflictos y sus efectos sobre la población, la reconstrucción, la rehabilitación, la sensibilización en los países donantes sobre estos problemas y la vigilancia de los derechos de los que han sufrido los efectos de una catástrofe natural o de la violencia. Por su propia naturaleza siempre se aporta muy impulsada por una opinión pública conmovida por las imágenes y los testimonios del horror retransmitidos hasta nuestros hogares casi en directo. Ello determina muchas veces la utilización política de la misma y la formulación de grandilocuentes promesas para el futuro, generalmente en términos de desembolso de fondos, que pocas veces se materializan al cabo del tiempo. La Ayuda Humanitaria debiera ser siempre el comienzo de una atención que se ha de prolongar en el futuro con acciones de desarrollo, en un continum inaplazable que muchas veces no llega a concretarse. Tan mediática resulta que en la medida en que van desapareciendo los medios de comunicación de los escenarios de la tragedia se esfuman también iniciativas y promesas de donantes y organizaciones internacionales. Revisando en qué acabaron los compromisos de aportación de los países occidentales en importantes desembarcos humanitarios, como los derivados de los efectos del huracán Mitch de 1999 en Centroamérica o del tsunami del Índico en 2004, apreciamos hasta qué punto ese desinterés se hace patente poco tiempo después de concluidas las cumbres internacionales donde se ajustan y prometen esas aportaciones. Resulta curioso comprobar que, por el contrario, en otros que son resultado de conflictos bélicos internacionales, como los recientes casos de Afganistán o Irak, la denominada Ayuda Humanitaria comprometida y anunciada lejos de extinguirse súbitamente se prolonga y, a veces, se multiplica. Priman más en estos casos las razones de Estado de quienes financian y su propia seguridad.