domingo, 1 de julio de 2007

POR FAVOR, MÁS IMPUESTOS PARA MÁS ESTADO


Entre todas las aportaciones de interés que los informes anuales sobre el Desarrollo Humano en el mundo publicados por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, brindan al lector desde hace más de 15 años, tanto al avezado analista de la realidad internacional como al simple curioso, es muy de destacar el éxito conseguido en popularizar conceptualmente que desarrollo es más que riqueza material. Como Aristóteles hemos comprendido que la riqueza no era el bien que buscábamos. O, al menos, no todo el bien.
De esta manera podemos comprobar cómo países con gran riqueza en renta per cápita aparecen retrasados en desarrollo humano si no han sido capaces de traducir esa riqueza en opciones y ventajas para la gente: es decir, y en los términos que se manejan en la composición de los índices, si no han tenido éxito al convertir riqueza en salud y educación. Es el caso de países con grandes recursos petrolíferos pero poca esperanza de vida y mucho analfabetismo. Esta combinación de alto PIB per cápita y bajo nivel de desarrollo humano puede estar representada en el mundo pobre por casos tan paradigmáticos como Guinea Ecuatorial y no se llega a completar la ecuación hasta que no visualizamos, con otros indicadores complementarios (Índice de Pobreza Humana por ejemplo), cuánta gente se queda fuera de los valores promedios que componen el indicador de desarrollo. Es decir para tener la visión global de la realidad de cada país necesitamos conocer también qué cantidad de personas vive en situación de pobreza o, lo que es lo mismo, cuál es el alcance real de la injusta distribución de esos bienes que produce el país.
De la lectura minuciosa, un año tras otro, de los datos de los informes, se extraen conclusiones que resultan didácticas cuando somos capaces de cerrar ecuaciones que parten de los resultados y nos llevan a las causas. De entre estos hallazgos el de la situación de los países escandinavos es muy llamativa. En el informe del año 2006 aparece uno de ellos, Noruega, como el país de mayor Desarrollo del mundo, y otro, Suecia en el quinto lugar. Islandia, en fin y por ampliar el abanico a países que comparten una lengua común, ostenta el segundo puesto mundial. Son países que de verdad convierten la riqueza en beneficio para la población, en especial Suecia que en el ranking de riqueza en términos de PIB per cápita está en el puesto 16 mundial, esto es, se sitúa once puestos por delante en desarrollo respecto al que ostenta en la lista de economías mundiales. Tal circunstancia sólo se explica desde la evidencia de que se trata de un país con una gran eficiencia a la hora de aprovechar la riqueza en beneficios para la gente. La evidencia del éxito de esas sociedades como modelos a seguir se complementa, y de alguna manera abunda en los mismos hallazgos, al observar que la distribución de los beneficios económicos es grande. Es la impresión que se saca al analizar el Índice de Pobreza Humana a partir del cual Suecia figura como el país del mundo con menos cantidad de pobres, y Noruega en segundo lugar.
Mientras que en España el 20% más rico de la población posee seis veces más riqueza que el 20% más pobre, en ambos países del Norte de Europa esta relación está por debajo de cuatro, y mientras en nuestro país por debajo del umbral de la pobreza relativa (personas que viven por debajo del 50% de la Renta Familiar Disponible) viven 14 de cada 100 personas, en Noruega y Suecia son menos de la mitad (6,5%). Por si todo esto fuera poco aquéllos fríos países son los más solidarios con los países más necesitados del mundo (ambos superan el tan manido 0,7% del PNB en Ayuda Oficial al Desarrollo), siendo también los lugares en los que más poder ostentan las mujeres en todos los ámbitos de la vida social, profesional y política.
Y ustedes se preguntarán, con mucha razón, que donde está el milagro. No andaremos muy errados si avanzamos en la ecuación sentando la evidencia de que los países escandinavos armonizan desarrollo y crecimiento económico con una tributación elevada. Efectivamente Suecia y Noruega recaudaron en impuestos en 2004 más del 58% de toda la riqueza que generaron ese año. España recauda tan sólo un 38,5% de la riqueza que produce, lo que, además, nos sitúa un 6% por debajo de la presión fiscal media de la Unión Europea de 15 miembros (UE-15). Esto nos lleva a pensar que un trabajador manual en cualquiera de esos países nórdicos entrega al Estado más de un 50% de lo que en realidad gana todos los meses y sorprende aún más comprender que, en todos los estratos sociales, esto se acepta de buen grado. Allí la ciudadanía se entiende como la participación en un Estado de servicios. Lo público garantiza a los ciudadanos “de la cuna a la tumba” lo necesario para la satisfacción de unos bienes básicos (salud, educación, vivienda, protección a la familia) producidos y prestados por el Estado que entrega menos dinero en metálico a las clases pasivas. Allí, a diferencia de lo que ocurre aquí, el Estado goza de una gran legitimidad social lo que permite algo insólito: el apoyo a estas políticas por parte de una clase media sometida a una gran presión fiscal.
Más fiscalidad para más bienestar y para más progreso. Esa fórmula que tan bien les funciona a nuestros lejanos vecinos del Norte en nuestro país se sitúa lejos de cualquier previsión, tanto para los planteamientos políticos de la derecha como de la izquierda. Mucho más si de lo que se trata es de vender políticas que aseguren votos. Falta didáctica, porque de lo que se habla poco es de que el gasto social en España fue en 2003 menos del 20% del PIB mientras que en la UE-15 superó el 28% y en Suecia se situó medio punto por encima del 33%. La de nuestro país es una proporción del PIB insuficiente para afrontar los retos de un Estado del bienestar moderno. Subdesarrollo social, en palabras del Prof. Navarro, que se traduce en políticas públicas raquíticas en comparación con las de otros países de nuestro entorno y aún más con las de los países que estamos tomando como referencia. Políticas que ya hemos echado de menos desde estas páginas, y cuyo esclarecimiento nos ayuda a completar el circuito explicativo (esto es, resultados versus recursos versus políticas) si abrimos el aludido informe sobre Desarrollo Humano de 2006 unas páginas por delante y verificamos lo que ya intuíamos: que mientras los países nórdicos superaron el 7% del PIB en gasto público para la educación España se quedó en el 4,5%, o que mientras Suecia y Noruega devolvieron a su población más de un 8% de la riqueza generada en forma de gasto sanitario público, nuestro país tan sólo devolvió un 5,5%.
Hay que subir los impuestos. No cabe duda. Sobre todo a base de planteamientos realistas: si se reclama un aumento de la presión fiscal para conseguir un aumento del gasto social aquélla debe ejercitarse sobre todo donde razonable y justamente queda más margen de maniobra, que son los beneficios empresariales y las plusvalías. Y, a la vez, eliminar la presión basada en los impuestos indirectos al consumo que tan injustamente penalizan a las economías más modestas.
No hay que perder la esperanza. Quizás pronto algún político de izquierdas en campaña electoral nos lance un guiño mientras nos proponga: “Más impuestos para más Estado”.
Tengo un slogan. Se lo regalo a quien lo quiera.


José Manuel Díaz Olalla,
(Texto inédito, verano de 2007)