sábado, 3 de noviembre de 2012

La Cooperación Española en salud: entre el recorte y la incoherencia política




El objetivo último de la cooperación al desarrollo, su esencia al fin, es acabar con la pobreza, no entendida únicamente como precariedad económica sino como la ausencia de derechos, oportunidades y capacidades de las personas. Mientras eso sucede y para que ocurra pretende también contribuir a que se cuente con los pobres en aquéllas instancias en que se toman decisiones que tienen que ver con ellos. Esto es así donde quiera que se desplieguen estas políticas y cualquiera que sea la naturaleza de las actividades que, en pos de ellas, se pongan en marcha: agricultura, educación, infraestructuras, financiación o salud.

Existe un consenso general en el sentido de que la salud es la llave del desarrollo. La mala salud muchas veces es fruto de la pobreza, de la misma forma que ésta lo es de la mala salud. Romper este vínculo terrible estableciendo las condiciones para mejorar la salud de la población, en especial la de aquélla más vulnerable, es uno de las grandes desafíos de la cooperación en su anhelo por fomentar el desarrollo humano sostenible. Lo cierto es que la salud mundial, considerada globalmente, ha mejorado extraordinariamente en los últimos 35 años. Este éxito es debido, en gran parte, a la cooperación internacional y a su estrategia de promover, hasta la década de los 90 y en estos últimos años, las funciones básicas de la Atención Primaria de Salud, tal y como se concibieron en la histórica conferencia de Alma Ata (1978), en especial las vacunaciones, el acceso de la población al agua potable y  la puesta en marcha de programas de Salud Materno-Infantil (control de la mujer durante el embarazo, parto y post-parto y de niños y niñas en sus primeros años). A pesar de esto las desigualdades mundiales en salud son, al igual que las internas dentro de los países, además de injustas, intolerables: el 53% de las personas que viven con VIH en países de renta baja no tienen acceso al tratamiento, 29.000 niños y niñas menores de cinco años mueren cada día por una enfermedad prevenible y curable, más de 300.000 mujeres fallecen al año por las complicaciones derivadas de su afán de traer hijos al mundo y unos mil millones de personas no tienen acceso a los servicios sanitarios que precisan cuando los necesitan.

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