Todos somos, hemos sido y seremos forasteros en alguna parte. En algún pueblo cerca del nuestro, en otra región o en otro país. Hemos vivido, por tanto, la incómoda sensación de sentirnos observados, analizados, malmirados y peor considerados, simplemente porque otros han notado que no somos de allí, que hablamos otra lengua, tenemos otro color de piel o, simplemente, entendemos la vida de otra manera. Es el miedo atávico a lo desconocido, una desconfianza que, por la generalización, llega pronto a la injusticia y compromete la seguridad y el bienestar de los demás.
Cerrando el círculo que va desde el “somos diferentes” al
“nosotros somos buenos y ellos son malos”, pasando por el “ellos tienen la
culpa de lo que nos pasa”, quienes han sabido inculcar y extender esos mensajes
entre la gente han gestado las mayores barbaridades de la historia de la
humanidad. Hay tantos ejemplos que sería ocioso detenerse en ellos, sobre todo
si al hacerlo perdemos la perspectiva de que el miedo y la desconfianza son
cuchillos de doble filo y de la misma forma que los blandimos contra otros, en
algún momento alguien los puede volver contra nosotros.
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"Muchos años después...." Francisco y Victoria, de paseo por Salas |