sábado, 1 de enero de 2000

DESPUÉS DEL MITCH

Algo más de un año después del paso de aquél auténtico caballo de Atila que fue el huracán Mitch, el panorama al que podemos asomarnos en esa geografía atormentada de Centroamérica es bastante más desolador del previsto por todos apenas unos meses después de la tragedia. Y no es malo plantear por qué tantas expectativas generadas tras todos los compromisos manifestados por la comunidad internacional no han llegado a plasmarse aún en auténticos avances hacia el desarrollo de la región.

No debemos dejar de recordar que fue la comunidad internacional la que prometió aportar 9.000 millones de dólares para paliar los estragos del huracán, pero, a día de hoy, por Centroamérica parece que nunca pasaron. Sería bueno que las cifras no se convirtieran en un espejismo más y que fueramos capaces de desmenuzarlas en sus auténticos conceptos. La mayor parte de esos recursos no son donaciones en si mismos –es decir no es dinero a fondo perdido- si no que se trata de créditos blandos, que deben devolverse en buenas condiciones, y se destinan en su mayoría a la compra de materiales con objeto de la reconstrucción. Si consideramos que gran parte de las compras deben hacerse en otros países comprenderemos que este capítulo de la ayuda incrementará a medio y largo plazo esa tenaza imposible de superar para la región y que se denomina deuda externa. Otra gran cantidad de fondos contabilizados en esa cifra millonaria son partidas ya comprometidas en la ayuda a Centroamérica previa al paso del huracán que no han sido más que reorientadas tras la tragedia. Quedaría una cantidad mínima (en el caso de la ayuda oficial española apenas 5.360 millones de pesetas de los 81.000 anunciados como cooperación de nuestro pais) como ayuda no reembolsable, es decir donaciones sin retorno para paliar la emergencia.

Si acaso se ha conseguido que el vértigo de las cifras no confunda el sentido de las mismas sería bueno, 14 meses después, atender a un somero balance de los incumplimientos registrados en esa ayuda oficial. La Unión Europea, por ejemplo, no ha desembolsado nada de los 270 millones de dólares que prometió. El Banco Interamericano de Desarrollo (uno de los promotores de la reunión internacional de Estocolmo donde se anunció a bombo y platillo un auténtico Plan Marshall para la región) aún no ha puesto sobre la región ni un 25 % de los 3.000 millones de dólares prometidos. No tenemos espacio ni tiempo para abordar el destino de las ayudas oficiales, pero todos los datos apuntan a que gran parte de las obras de reconstrucción de infraestructuras que se han abordado a través de las ayudas internacionales (carreteras, puentes) han sido redestruidas por las lluvias de los últimos meses, o se han dirigido a zonas simplemente poco castigadas por el fenómeno meteorológico de Otoño de 1998 pero sobre las que había intereses y compromisos bilaterales previos.

Destacaremos no obstante que de toda la ayuda oficial española menos de un 3 % (2.200 millones de pesetas) se ejecuta en forma de ayuda a través de las ONG y que son estos programas los que, sin duda, más problemas están resolviendo al desarrollarse sobre la base de las necesidades de la población más afectada por la tragedia. Son las propias ONG las que trabajan dia a dia y codo con codo con las Organizaciones locales que agrupan a los afectados o con sus Instituciones más cercanas, las que han definido las intervenciones en análisis compartidos con los beneficiarios directos y los que vigilan en el terreno y sin intermediarios plazos y consecución de objetivos. No olvidaremos que gran parte de los recursos que las ONG españolas están destinando a la reconstrucción provienen de donativos privados aportados directamente por la sociedad civil. La respuesta de la sociedad española en ayuda a los damnificados centroamericanos fué espectacular, alcanzando cifras de captación de fondos por parte de las ONG jamás alcanzada antes. Muchos factores intervinieron en ello y en que fuera nuestro país quien más movilizara a la opinión pública: cercanía cultural, magnitud de la tragedia, afectación de sectores pobres y vulnerables, comprensión colectiva de la injusticia que supuso el huracán al ensañarse en personas inocentes, capacidad de respuesta rápida de algunas ONG, respuesta mediática y persistencia de los efectos en los medios de comunicación. En cualquier caso esa enorme reacción confirma la tendencia de la opinión pública española a respuestas solidarias puntuales de gran intensidad y muy convocadas por el sentimiento hacia los más desvalidos. La comparación con la escasa acogida a otro tipo de campañas o iniciativas de cooperación al desarrollo a medio plazo, o la desigual respuesta ante catástrofes humanas con motivo de conflictos armados o situaciones de violencia (más recientemente las graves crisis humanitarias de Kosovo o de Timor Oriental por poner dos ejemplos) nos deben hacer reflexionar a todos.

El panorama no es muy alentador como ven y parece que se frustran irremediablemente todas las esperanzas que algún día se vislumbraron como la gran oportunidad de Centroamérica para ese salto anhelado al desarrollo regional. Parecía entonces que el impulso internacional que se anunciaba iba a ser capaz no solo de alentar la superación de la crisis brutal que se cernía sobre la región si no de levantarla a cotas de desarrollo antes no imaginadas. Hoy por hoy nos podemos conformar con que las heridas se cicatricen en el menor plazo posible y nada más. Estamos diciendo, por tanto, que cuando la abrumadora mayoría de la ayuda se establece por los cauces bilaterales oficiales de pais a pais y queda condicionada por los intereses mutuos (económicos, políticos, estratégicos) y no por auténticas políticas de colaboración internacional de lucha contra, la pobreza los cambios estructurales que se requieren para situar a los pueblos en el auténtico camino del progreso se arruinan permanentemente. Y reconoceremos, a pesar de lo dicho y en honor a la verdad, que las ONG de acción humanitaria, a pesar de haber constituido una novedad fresca e importante en el panorama de la cooperación internacional, no están aún en condiciones ni tienen la capacidad de ser esa alternativa real que requiere el complejo escenario internacional.

Trajo el Mitch algunos avances en el debate y las estrategias que marcaron algunos hitos destacables. La deuda externa, en este caso de Centroamérica, y su necesaria condonación. Iniciativas de algunos países, entre ellos de España, de plantear una moratoria en el cobro, primero, y en condonarla, después, supuso un avance y un precedente interesante. Falta el asegurar que esa deuda que pasa del debe al haber de los países centroamericanos repercuta de alguna manera en mejorar las condiciones de vida del 80 % de la población que vive en la pobreza y no vuelva a ser una ayuda para el bienestar sin límites de las élites asentadas en el poder. De sobra sabemos que históricamente en Centroamérica durante las crisis las cargas las sustentan los que menos lo pueden hacer y en la bonanza la riqueza se distribuye de manera desigual y, en su mayoría, hacia el bolsillo de las élites dirigentes. Plantea el PNUD por ello que el crecimiento en América Latina es un crecimiento sin empleo (no aumentan los puestos de trabajo), sin voz (crece la economía pero no la democracia) y sin futuro (la actual generación despilfarra los recursos que necesitarán las generaciones futuras). Entonces ¿será posible revertir la inercia de la globalización –solo se globalizan las finanzas y la comunicación- para que los beneficios globales atiendan las necesidades de todos?. ¿Será posible conseguir que el excedente económico que generen algunas condonaciones de la deuda externa centroamericana se traduzcan en políticas sociales? ¿Alguien cree sinceramente que la condonación de la deuda externa a Honduras –por ejemplo y como el tercer país más corrupto del mundo según el Transparency International de 1998- se plasmará en más escuelas, en más puestos de salud, en más letrinas para la población rural y en más respeto para la dignidad de las mujeres, sin más esfuerzo que la firma de un protocolo marco y las oportunas bendiciones del FMI?. Nadie cree en milagros y mucho menos en promesas de quienes nunca las cumplen.

No hay otra alternativa para Centroamérica, y para el mundo, que los cambios estructurales desde la base. Ni siquiera las ayudas faraónicas que se anuncian cuando viene el desastre, y que por cierto luego no se materializan, van a salvar a los pueblos del subdesarrollo, la enfermedad, la miseria y la injusticia. Sobre todo si esa colaboración viene infectada por el principio inamovible de que nada debe cambiar porque a todos nos interesa que así sea.





José Manuel Díaz Olalla
Enero de 2000
Texto en la Revista-Boletín de MdM

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